Proyecto: Untitle...

UNTITLE…

Capítulo 1

¿Cómo había llegado a estar acostada en la cama de un motel sin poder dormir, por una simple sensación extraña? Una sensación parecido al deja vu, pero era totalmente absurda, por el simple hecho de que yo nunca había estado en ese lugar, ni en ninguno parecido.
Bueno la primera parte de la pregunta era sencilla pero de solo pensarlo me sentía vacía, triste y sola, pero esa había sido mi elección. El recuerdo era tan vivido que solo de cerrar los ojos me veía de nuevo en casa, arrodillada delante de mi armario sacando las últimas cosas que quería llevarme a mi nuevo hogar. Con mi madre a mis espaldas apoyada en el resquicio de la puerta, llorando, con una caja de pañuelos de papel en la mano para que el momento pareciera más dramático de lo que ya era, puesto que las dos llevábamos llorando desde que, por un impulso, yo me había levantado una mañana, muy decidida, a que cuando me graduara me iría a estudiar a una universidad bastante lejos de casa. Había estado intentando convencerme de que me quedara, de que estudiara en su universidad, pero yo no podía, uno de mis defectos es que soy muy cabezota, si una cosa se me mete en la cabeza nadie puede hacerme cambiar de opinión, nadie.
Recuerdo que estaba cogiendo unas cuantas chaquetas del vestidor para poder abrigarme un poco, porque mi madre me había aconsejado que solo me llevara ropa de entretiempo, utilizando el pretexto de que no cabía nada más en mi coche, y que si después decidía quedarme allí, que volviera a por la demás. Yo sabía que lo hacía para darme un motivo de volver, para seguir persuadiéndome, pero lo deje pasar y le di la razón, así se sentiría mejor teniendo la esperanza, porque ni yo sabía si iba a regresar a casa, era otra sensación, pero ahí estaba y, como mi abuela decía, no siempre hay que dejarse llevar por impulsos, pero cuando puedas hazlo, porque no sabes cuándo vas a tener una oportunidad parecida.
En mi pequeño Mini Cooper amarillo no cabían muchas cosas, solo llevaba unas cuatro maletas de ropa, dos cajas llenas de libros y otras tres con cosas a las que les había cogido cariño, un reproductor de CDs, un telescopio y a mi “Baily”; “Baily” era un peluche muy viejo que mi abuela me había regalado cuando era muy pequeña y que antes había sido suyo, cada vez que recordaba a mi abuela los ojos me picaban y las lágrimas amenazaban con salir otra vez, solo hacía dos semanas de su muerte, un par de días antes de que yo decidiera alejarme de todo. A veces quería creer que era por eso por lo que yo me iba, me alejaba de todo lo que me recordara a ella, y eso mismo les había hecho dejado creer a mis padres, para que no pensaran que estaba loca, ya que yo nunca había sido de impulsos, y me dejaran marchar, pero no le había mentido a Mady, no podías ocultarle nada a Mady.
Mady era, y es, mi mejor amiga, mi luna particular. Siempre había estado ahí cuando la necesitaba, aunque yo le dijese que se alejara, ella siempre volvía con una caja de donuts de chocolate o de helado y se sentaba a mi lado en la cama, hablando de cualquier cosa sin importancia, hasta que yo me incorporaba la abrazaba y empezábamos a comer de lo que había traído, sin que ella dejara de hablar, y siempre, siempre acababa haciéndome reír con sus locos temas sin sentido. Hablaba de los chicos del instituto, de cuál era su próximo objetivo, y a mí no me cabía duda de que al final acabaría conquistándolo; no es que fuera la típica chica que tenía como único propósito en el instituto liarse con todo chico que mereciera la pena; para eso ya estaba Lydia, una chica con un cuerpo diez, que potenciaba con cortos modelitos y zapatos de tacón. Y tanto Mady como yo teníamos la norma de ni siquiera mirar a la cara a los chicos con los que salía.
Mady era una chica de estatura media, más bien alta, tenía el pelo castaño, largo, que recogía en extraños peinados estilo vintage, perfectos para complementar sus modelitos. Quien iba a imaginar que una chica como yo, normal hasta la medula, a la que no le gustaba llamar demasiado la atención, y tímida, que acabaría siendo amiga inseparable de alguien como Mady, a la que le gustaba destacar, llamar la atención y ser única. No es que Mady hubiera tenido más opciones porque, como ella no había ninguna chica en nuestro pequeño instituto. Yo me acerqué a ella en cuanto la vi, aquel día en el que me encontraba con mi abuela sentada en el porche leyendo, mientras ella ayudaba a sus padres a deshacer el equipaje justo en la casa de enfrente. Nunca me habría fijado en ella si mi abuela no me hubiera dicho que mirara, ya que yo estaba absorta con mi lectura. Mi amistad con Mady era otra de las tantas cosas que tenía que agradecer a mi abuela, y eso me hacía sentir la picazón en los ojos cada vez que lo pensaba.
De repente me salto la imagen de mi padre, desde que yo había anunciado que me iba no había abierto la boca. Tampoco lo hizo mientras acomodaba mis cosas en el coche, ni mientras mi madre se ponía a abrazarme y decir por última vez, pero sin esperanza, que no me fuera, que pronto podría vivir con el hecho de que mi abuela no estuviera, que no la olvidaría como tampoco ella había olvidado a su madre, pero que podría vivir con su recuerdo y con la idea de que ella estaría en mi corazón. Cuando oí estas palabras saliendo de la boca de mi madre la aparte de forma algo ruda, y la miré a los ojos, ojos tristes y desesperados, pero a la vez sorprendidos por lo que yo acababa de hacer.
¿Qué había hecho? ¿Había yo, de verdad, apartado a mi madre de mí de ese modo, cuando ella solo quería que me quedara? Sí, lo había hecho, y sabía perfectamente el por qué. Desde siempre en cualquier libro o película se había dicho que los difuntos siempre estarían en nuestro corazón, y a mí me parecía bien, pensaba que era una forma de decir que los recordaríamos. Pero ahora que yo me encontraba en esa situación, que era yo la que había perdido a la persona más importante de mi vida, que me dijeran que mi abuela estaría en mi corazón de enfurecía. Todas las personas a las que había visto después de su muerte me lo habían dicho, incluso el logotipo de la funeraria era: “Siempre estarán con nosotros, en nuestro corazón”. ¡Pero yo no quería que mi abuela estuviera en mi corazón, yo la quería sentada en la mecedora leyendo conmigo o en el sofá de casa viendo la telenovela y haciendo ganchillo, o sentada en el borde de mi cama dando las buenas noches y consejos, pero desde luego no quería mi abuela en mi corazón!
Fue en ese momento el que mi padre sin decir nada me aparto de mi madre que había vuelto a empezar a llorar y me abrazó con fuerza y sin decir nada. Luego me separo despacio de él y dejo caer las llaves de mi coche, amarillo y descapotable, lleno de cajas, sobre la palma de mi mano. Y fue en ese momento cuando sentí que no podría soportar perder a ninguno de los dos para siempre. Los mire por última vez antes de darme la vuelta y subir al coche, sin mirar atrás, porque no podría soportarlo.
¿Estaba durmiendo? Posiblemente, o tal vez solo en algún grado de inconsciencia, porque seguía oyendo el ruido en las demás habitaciones del motel. Un ruido me hizo levantarme de la cama como si me hubieran pegado un calambrazo, con los ojos abiertos, demasiado rápido, porque toda la habitación empezó a dar vueltas. Del lugar donde antes había oído los ruidos y gritos de una pelea de pareja ahora oía ruidos propios de un canal para mayores de dieciocho años.
Me puse las zapatillas lo más rápido que puede, cogí mi bolso, donde llevaba algo de maquillaje, el móvil, el monedero y un conjunto de ropa para cambiarme, y la chaqueta. Miré el reloj de la mesita de noche que formaba parte del poco mobiliario que había en la habitación de motel, junto con la cama, una alfombra mugrienta y un escritorio donde estaba la televisión que funcionaba con monedas, y comprobé que todavía eran solo las 05:30 AM y que la recepción, donde tenía que pagar mi estancia allí no abriría hasta las 07:00 AM, hora y media después. Salí al largo pasillo al que daban todas las habitaciones, y modo instintivo me fui hacia el lado opuesto a los ruidos. Seguía andando alejándome de la recepción y de mi coche hasta llegar a otro pasillo, con otra fila de puertas de habitaciones a un lado y con otro aparcamiento al otro lado, me senté en unas pequeñas escaleras que bajaban al aparcamiento poniendo los pies sobre la graba.
Entonces me vino a la cabeza otras de las muchas preguntas que me había hecho a lo largo de la noche. ¿Y si me estaba volviendo paranoica, loca y obsesiva? ¿Y si todo era un error y no debería alejarme de mis padres, ni de Mady, ni de mi ciudad y mi instituto? Aunque siempre intentaba buscar una respuesta lógica para esas preguntas, cuando la pregunta era si está loca, no había respuesta lógica posible. Así que me quede allí sentada con la mirada perdida, me hubiera gustado tener mi telescopio a mano, para ver el cielo, que estaba precioso, me gustaría tener a mi padre a mi lado enseñando las constelaciones a pesar de que ya supiera situarlas, pero en cambio que quede sola esperando a que mi unicornio llegara para montarme en su lomo y desaparecer en la oscura noche y confirmar, de por sí, mi locura.
No sé cuánto tiempo llevaba allí, quizá minutos, quizá horas o incluso días, porque el sol seguía en el mismo sitio cuando oí que alguien o algo se acercaba a mí, aunque para ser sincera no lo oí acercarse solo oí cuando sus pies bajaron por la escalera a mi derecha, para después caer, haciendo ruido sobre la graba. Pensé que seguiría andando, se subiría en su Audi, el único coche lujoso que había en aquel aparcamiento, y que yo opté por pensar que sería suyo, y que no se daría cuanta siquiera de que yo estaba allí o existía y seguiría con su vida de universitario, asistiendo a fiestas importantes con una rubia postiza del brazo. Entonces paré, no debería dejar llevarse tanto a mi imaginación, porque acababa creyéndomelo e incluso me molestaba. Pero, ¿y si era una mujer, o un hombre mayor, o ese no era su coche, o simplemente me había imaginado los pasos porque me sentía sola, ya que no había oído seguir andando? Deseé que se sentara, fuera quien fuese, que me hiciera compañía, sentir que alguien había pensado en mí aunque fuera por solo un momento. Y deseé también que se fuera, se alejara, siguiera su camino sin mirarme. Pero no pensé que fuera a sentarse a mi lado, solo cuando noté otro peso en el escalón me convencí de ello. No había levantado la vista, ¿debería hacerlo? No busqué respuesta, solo lo hice.
A mi lado había un chico, de aproximadamente mi misma edad. Tenía el pelo corto, negro, y despeinado. Su piel parecía morena bajo aquella luz del amanecer, pero tan fuerte y delicada a la vez que me dieron ganas de acariciarle la mejilla perfecta, que tenía de perfil, a escasos centímetros de mi mano, pero junté las manos y me obligué a dejarlas allí, sobre mi regazo.
No podía mirarle los ojos porque seguía con ellos clavados en las estrellas, como si fueran a desaparecer en cualquier momento, y fueran la cosa más maravillosa que había visto nunca. En su lugar, bajé la cabeza, tenía los pies en la graba, con los antebrazos sobre las rodillas, con el cuerpo hacia delante. Lleva una chaqueta de cuero algo desgastada, unos vaqueros oscuros, y unas Converses negras. Incluso bajo la chaqueta se podía distinguir su espalda ancha y delgada, sus brazos fuertes y otra vez me dieron ganas de agarrarle por las solapas de la chaqueta y volverlo hacia mí para abrazarlo y sentirme rodeada por eso brazos fuertes, poder sentirme segura y olvidarlo todo por unos segundos. Pero de nuevo tuve que reprimir mi deseo, para ello me puse yo también de frente, con la vista en las estrellas, comprobando como todas brillaban para mí, no podía concentrarme, y no pude distinguir ninguna constelación conocida.
Con el rabillo del ojo vi que algo cambiaba a mi lado, no aparté la vista del cielo, pero vi como el chico se giraba hacia mí, apoyando la espalda en la barandilla de la escalera y poniendo un pie en el escalón. También vi como clavaba la vista en mí, fijamente, como seguramente yo habría hecho antes sin darme cuenta, parecía como si realmente creyera que yo no podía sorprenderlo mirándome en cualquier momento, o incluso como si yo no pudiera verlo a él. ¿Estaría más loco que yo? Bueno era una posibilidad, pero lo dudaba mucho. No podía seguir así, las manos me empezaban a sudar, cosa poco normal en mí. Tenía que girarme y hacerle cara, pero ese deseo me asustó, yo era tímida, se suponía que a mí no me gustaba que me miraran, que no hacia cara, que me apartaba, que deseaba ser invisible. Pero lo único que quería en ese momento era que él, un chico del que no sabía nada, que perfectamente podía ser un acosador, un loco, siguiera mirándome. Que no apartara la vista de mí, ni siquiera cuando yo clavara mis ojos en los suyos, sorprendiéndolo mirándome así, porque de ese modo sabía que pensaba en mí, que mientras me mirara pensaría en mí.
Nunca lo admitiría en voz alta, no quería ni pensarlo, porque me avergonzaba, pero momentos antes había sentido envidia de las estrellas porque él tenía su atención en ellas. Pero ahora su pensamiento era mío y tenía que aprovecharlo, porque no sabía si tendría otra oportunidad u otro deseo así en la vida.
Y me volví decidida hacia él, primero con la vista baja para que él no bajara la suya, después lo miré a la cara, miré a una cara perfecta, con unos ojos azules, pero no azules normales, de un azul turquesa que yo no había visto antes, enmarcados por dos cortinas de unas pestañas largas, perfectas. Su boca era fina, sencilla, perfecta, no tenía ninguna magulladura en toda la cara, ni pecas ni cicatrices, nada. Su nariz realizaba una curva perfecta, espera, todo en el era demasiado perfecto, demasiado perfecto para ser real, hasta los dientes, que brillaban en su boca, parecían perlas. Quise alargar la mano y tocarlo, asegurarme de que fuera real, de que no era un sueño y de que iba a despertar, de que no me había quedado durmiendo en las escaleras y él era solo un producto de mi imaginación. Muy imaginación era ilimitada a veces, pero nunca había visto algo tan perfecto. Comprobé que llevaba una fina camiseta blanca, con el cuello de pico. Vi entonces que no había equivocado en nada, su espalda era ancha, delgada y fuerte, al igual que sus brazos. No se había movido ni un centímetro desde que me había girado, si no hubiera visto como se había movido antes pensaría que es una estatua, pero entonces como respuesta noté como su caja torácica subía y bajaba, respiraba. Parecía divertirse con mi inspección y me sentí algo irritada, ¿te sorprenden mirando a alguien fijamente y tú solo te ríes y sigues mirando?
Entonces lo desafié, lo miré directamente a los ojos como hacia él, pero sin sonreír. El tiempo se paró, y yo me hundí en el pozo azul de los ojos de aquel chico desconocido que sin hablar, en cierto modo, me había robado el corazón. Pero pasó demasiado tiempo, no se había parado como yo pensaba, y entonces el reaccionó. En sus ojos se vieron pasar varios sentimientos que parecía que no había experimentado nunca. Asombro, duda, asombro, inquietud, asombro, desconfianza, asombro, perplejidad y por último alegría. La sonrisa volvió a su boca rápidamente y sentí que me estaba poniendo colorada, me ardían las mejillas, pero eso era bueno, por lo menos sabía que seguía siendo yo. A pesar de que me había propuesto cambiar, teniendo la ventaja de que nadie me conocía ni sabía cómo era en realidad, quería dar la sensación de ser una chica extrovertida, e independiente, y en cierto modo lo había conseguido, ¿no?
Quería apartar la vista, pero estaba demasiado perdida en esos ojos como para salir tan fácilmente. Y seguí mirándolo. Y él tampoco bajó la vista. Esto no era un duelo de miradas como parecía, daba la sensación de que ninguno de los dos había mirado nunca a nadie de ese modo, y en mi caso era cierto. Iba a decir algo, necesitaba oír su voz, pero se me adelantó, y empezó a hablar sin dejar de sonreír.
- Parece que esperas a alguien… si molesto me voy –terminó acentuando, más si cabe, su sonrisa.
Abrí la boca para decirle que no esperaba a nadie, para decirle que iba a ningún sitio, que no me iba de allí y que quería que él se quedara sentado a mi lado, aunque no habláramos, que quería estar con él para siempre. Pero volví a cerrar la boca y él no se movió, pero tampoco parecía esperar una respuesta. Me di cuenta de que había escuchado su voz. La gravé en mi cabeza, era como todo él, perfecto, ni demasiado aguado ni demasiado grave, simplemente perfecta. Tenía que decir algo, aunque no fuera coherente, sino pensaría que estaba desequilibrada y loca, pero yo sabía que lo estaba.
- Bueno en realidad no esperaba a alguien, sino a algo, –pareció sorprenderse mucho, como si no esperara oír mi voz o que simplemente lo que yo decía fuera asombroso, ¿de verdad yo iba a decir eso?- pero tranquilo no creo que venga, y de todos modos tampoco molestas.
- ¿Y qué es eso a lo que esperabas al amanecer, y sin chaqueta? –ahora parecía volver a divertirle muchísimo, como si llevara tiempo sin hablar con gente.
- Pues, -titubeé un poco, vale ahora ya lo había dicho, tenía que terminar la frase- esperaba a un unicornio, pero me parece que esta noche no va a pasar por aquí.
- ¿Un unicornio? Creo haber visto uno cerca de mi coche hace un rato, pero se alejó en dirección a la carretera hace ya un rato… -dijo como si nada.
- Vaya, pues ya se me escapa otra vez…
- ¿Otra vez? ¿Llevas mucho buscando uno?
- No que va… solo esta noche, pero me parece una eternidad.
- He oído decir que no son muy fáciles de cazar, yo nunca lo he intentado.
- Vale, creo que estas incluso más loco que yo.
- ¿Loco? –entonces pareció darse cuente de que había hablado demasiado y abrió mucho los ojos, ¿estaría el hablando enserio? No, imposible, ¿o no?- Que va, más que tu imposible –dijo mientras cambiaba completamente la cara y empezaba a reírse, pero parecía una risa nerviosa.
- Ya, seguro –dije yo riendo.
- Soy Erick, y tú eres…
- Mery –dije yo acabando la frase.
- Lo sabía –dijo con la sonrisa más bonita que había visto nunca, y con aires de suficiencia.
- Seguro que sí.
- Bueno, ¿y que hace una chica como tú en un lugar como este?
- ¿Una chica como yo? ¿Un lugar como este?
- Si, tienes pinta de ser una chica de ciudad, ¿a dónde vas?
- Pues a mí nueva casa, no está muy lejos de aquí, creo que es el siguiente pueblo, pero no estoy muy segura…
- ¿Vas a (…)? –dijo con los ojos más abiertos que antes.
- Pues sí, ¿algún problema?
- Pues… ¿por qué vas allí?
- ¿Por qué contestas a mi pregunta con otra?
- Porque no tengo una respuesta para tu pregunta.
- ¿Y por qué te extraña tanto que vaya allí?
- No conozco a muchas chicas acostumbradas a vivir en la ciudad que de repente decidan irse a vivir a ese pequeño pueblucho sin buenos motivos.
- Da la impresión de que conoces a muchas chicas, pero yo no soy como las demás –y eso era verdad, y me sorprendió incluso a mí misma.
- Me he dado cuenta –ahora estaba muy serio.
Nos quedamos mirándonos en silencio mucho tiempo, demasiado. Yo intentaba darle sentido a sus palabras, y el parecía querer ver a través de mis ojos. Era muy, muy incómodo, pero no quería ser yo la que rompiera el silencio, pero al final lo hice.
- Creo que debería irme si quiero llegar a casa e ir al instituto antes del mediodía… -seguía mirándome, sin parpadear, por lo que seguí hablando- …encantada de conocerte, quizá nos veamos algún día por ahí… -por favor Dios que nos volvamos a ver, que nos volvamos a ver.
- Seguro que nos veremos, ¿casa? ¿Te has comprado una casa?
- Pues sí, voy a estudiar allí, no puedo estar siempre en un hotel y no tengo familiares cerca que yo sepa…
- Vas a estudiar allí… por lo que estarás mucho tiempo…
- La verdad es que si por mi fuera, aunque no conozco todo aquello, sería permanente.
- Bueno si hubiera tenido la suerte de conocerte antes, y ya he tenido mucha suerte por haberte conocido, te hubiera dejado prestada mi casa, yo no estoy allí casi nunca y es una pena que se desperdicie, así que, si no has pagado todavía no lo hagas.
- Emm… bueno la verdad es que ya he pagado la casa, pero gracias de todos modos –no estaba allí la mayoría del tiempo, ¿dónde estaba? ¿Y cuando estuviera? No me conocía de nada y me ofrecía ocupar su casa… o era muy servicial, o no quería que me quedara allí permanentemente- ¿y tú a dónde vas ahora?
- Tengo que resolver un par de asuntos, pero en un par de semanas estaré de vuelta, puedo pasarme a ver cómo estas entonces y ver si sigues pensando en quedarte permanentemente.
- ¿Piensas que voy a cambiar de opinión?
- Es posible… pero yo no lo he hecho todavía, ¿y qué casa has comprado?
- Bueno la verdad es que he encontrado una ganga, es una casa muy grande, antigua, creo que esta algo alejada de las demás, pero bueno perfecta para mí.
- ¿Has comprado mi casa?
- ¿Perdona? ¿Tú casa? Pero si acabas de decir que tu casa estaba vacía…
- Y lo está. Bueno, una de mis casas, tengo o más bien tenía, dos, pero una estaba pensando en venderla, precisamente por eso me voy del pueblo, voy a firmar los papeles.
- ¿Y por qué vendes la casa exactamente? ¿No estará en mal estado o habrá ratas, verdad? O quizá haya algún vecino insoportable, ¿por qué si no ibas a vender una casa así?
- Porque no la necesito. Tranquila, está en perfecto estado, ni ratas, ni nada de eso… y el único vecino que vas a tener cerca va a ser a mí, por lo que no deberías preocuparte.
- Humm… ¿seguro?
- ¿Te parezco insoportable?
- No, pero puede que no vivas solo en la casa. Puede que vivas con tus padres, y tu madre sea la típica vecina cotilla, o que vivas con tu novia, y sea igual de cotilla…
Empezó a reírse. Era una risa preciosa que dejaba al descubierto la hilera de perlas perfectas y el sonido era hipnótico. No creo que esa risa se me olvidara en la vida…
-Mis padres murieron hace mucho, y no tengo novia –remarco más la última parte- así que puedes estar tranquila.
- Tampoco me iba a poner a quejarme después de haber llegado hasta aquí…
- También es verdad… bueno parece que ya es hora de irse –pero solo lo dijo, porque no hizo señas de levantarse o mirar el reloj para comprobarlo, ni nada, siguió mirándome, como si estuviera desafiándome.
- Pues eso parece, bueno –dije mientras me levantaba, pareció sorprenderse- encantada de conocerte, ya nos veremos.
- Iré a hacerte una visita cuando vuelva, si no te importa claro –replicó el muy serio.
- Por supuesto que no me importa, puedes ir cuando quieras –esperaba que esa frase no hubiera sonado muy desesperada, y esperaba que él se riera, pero no lo hizo, se levantó a mi lado y me tendió la mano.
- Un placer haberte conocido, y espero que, por lo menos, seamos buenos amigos, no tengo amigos de verdad en el pueblo.
- Igualmente, –¿le decía ahora que no quería ser solo su amiga, o me esperaba a que volviera del viaje y comprobar que le seguía interesando conocerme, para no asustarlo?- y claro que me gustaría que fuésemos amigos, no conozco a nadie allí y es bueno saber que siempre tendré un poco de azúcar cuando lo necesite –intenté mostrar mi mejor sonrisa-.
- Dalo por hecho.
- Bueno pues hasta pronto.
Me había tendido la mano, y seguía con ella estirada, pero yo tenía las manos sudadas, ¿por qué todo me pasaba a mí? Estoy cambiando de personalidad, ¿no? Bueno pues vamos a empezar.
Me acerqué a él, le puse una mano en el hombro mientras acercaba mis labios a su mejilla. Bajó la mano sorprendido, pensé en alejarme y darme la vuelta e irme, pero al bajar la mano no la había dejado colgando en su costado, sino que la puso en mi cintura. Noté su cálida mano a través de mi fina camiseta de tirantes blanca, y por primera vez en toda la noche sentí el frío que hacía mí alrededor.
Noté también, el calor que me transmitía su mano. No era el calor normal que sientes cuando alguien te toca. Sentía chipas allí donde su mano descansaba sobre mi piel, una fuerza magnética que me acercaba a él. Entonces capté su olor, un olor dulce, salvaje, acaramelado. Un olor que no había olido nunca, ningún perfume se parecía a ese.
No quería alejarme ni para darle un beso en la otra mejilla, ni nunca. Pareció leer el pensamiento. Puso la otra mano al otro lado de mi cadera. Y me acercó hacia él con un movimiento lento pero preciso. Tenía la cabeza pegada a la mía, pero bastante más alto que yo apoyó el mentón sobre mi cabeza, muy cerca de mi oído. Lo oí inspirar profundamente, y después exhalar el aire por la boca de tal manera que parecía un suspiro. Seguía con mi mano en su hombro. Pero de nuevo sentí un impuso, y por qué no iba a seguir aquel, subí la otra mano y las junté en su nuca. Suspiró al sentir al sentir el contacto de mi piel.
Me pareció percibir que él notaba lo mismo que yo cuando nuestras pieles se tocaban, un calor intenso que recorría el lugar donde nos rozábamos y se extendía por todo el cuerpo hasta llegar a un punto situado en el pecho justo donde acababa la caja torácica, donde se hacía más intenso.
Me alejó un poco de él, pero a la vez apretó unas las manos alrededor de mis cintura sin llegar a hacerme daño.
-Quizá debería… -le salió una voz muy bronca que se le quebró a mitad de frase, se aclaró un poco la garganta antes de seguir hablando- debería…
No sabía cómo continuar, y yo no quería que continuara, no quería que dijera nada, quería que se callase y me abrazase y no me soltara nunca.
Me miró directamente a los ojos, y en los suyos vi lo que solo podía ser el reflejo de mis propios ojos. En ellos leí deseo, un deseo que jamás había visto en los ojos de otra persona, y que por supuesto, ni yo misma había experimentado. Sentía una necesidad atroz de besarlo, de sentir sus labios, de saber que era la única cosa que ocupaba sus pensamientos, de ser la dueña de su razón por unos instantes, o incluso más, para siempre. Pero me había perdido de nuevo en sus ojos.
Me había ido atrayendo hasta que nuestros cuerpos se tocaban. Bajé las manos acariciando su cuello, y noté que se estremecía bajo mi tacto, le acaricié los hombros muy despacio y continué bajando hasta dejarlas sobre su pecho y poder sentir sus músculos bajo mis manos. El juntó las suyas por detrás de mí cintura y pegó mi pecho al suyo, solo separados por mis manos.
Posó su frente sobre la mía y sentí su aliento en mi boca. Tenía un imán, estaba totalmente segura, tenía un imán que tiraba de mí. Y yo no era nadie para oponerme. Sus labios estaban a centímetros de mí, milímetros, cada vez menos espacio.
No oí los pasos acercándose por la madera del pasillo, y apostaría lo que fuera a que el tampoco, hasta que no oímos la voz.
- Para cosas así están las habitaciones, hay más intimidad y no hace tanto frío.
Era la voz de un hombre, era bronca y dejaba ver que era aficionado al tabaco. Miré mis manos sobre la camiseta blanca y me sentí ruborizar, me quemaba la piel de las mejillas. Me aparté de él un poco y me di la vuelta para hacerle cara a la persona que había fastidiado el mejor momento de mi vida.
No era un hombre muy alto, pero si más que yo, y empezaba a aparecerle una ancha barriga debajo de su camisa blanca, que lleva mal metida en los pantalones de su traje gris oscuro. Por la postura que tenía, girado ligeramente hacia nosotros, deduje que venía del mismo lado del pasillo que yo, y por un momento se me pasó por la cabeza que podría ser él el causante de los ruidos de la habitación de al lado y se me revolvió el estómago.
-¿Has acabado ya? –preguntó Erick con tono socarrón- , te parecerá bonito haberme dejado en el coche esperando media hora cuando dijiste que solo tardarías diez minutos.
-Pero no me has hecho caso, como siempre –espetó el hombre de traje-, y por lo visto tú tampoco has estado perdiendo el tiempo –eso último lo dijo mirándome de arriba abajo, abriendo los ojos conforme descendía por mi cuerpo, solo le faltó el estúpido silbido que hubiese acabado con mi paciencia-.
-Bueno ahora eres tu quien va a esperar en el coche, ¿vale?
-Por supuesto, pero yo iría a una habitación, hace algo de fresco aquí fuera –soltó con una gran sonrisa sin dejar de mirarme, creo que no podía enrojecer más-.
-Vete, ahora –eso me sorprendió, bueno no fue que le dijese que se largara, sino la forma en la que lo dijo, a la vez que lo decía me atrajo hacia sí quedando mi espalda pegada a su pecho, y pude notar el vibrar de su pecho, y el suave pero claro gruñido que empezaba a salir de su garganta. Pero no me asustó, me sentí más segura que nunca-.
-Vale, vale, respira, tranquilízate, sabes que eso no es bueno para ti –ya no quedaba rastro de broma en su cara, más bien el asustado parecía él, simplemente se dio la vuelta y desapareció-.
Nos quedamos un rato así, mirando el lugar por el que se había ido aquel despreciable tipo. Por un momento se me pasó por la cabeza preguntarle acerca del gruñido, pero esa idea se evaporó igual que había venido. ¿Y si sólo me lo había imaginado y me tomaba por loca? Bueno por más loca de lo que ya debe creer que soy. No, no era el momento para eso. Asique me alejé de él, y me di la vuelta para hacerle frente.
-Lo… lo siento, no suele ser tan maleducado, normalmente se comporta como una persona normal…
-Tranquilo, no importa –contesté yo con una sonrisa intentando quitarle importancia a lo que acababa de pasar-, bueno te está esperando, será mejor que no le hagas esperar.
-Sí, claro… bueno nos vemos cuando vuelva, ¿no? Probablemente vuelva esta noche, pero será tarde, ¿te importa si me paso mañana por la mañana y te invito a desayunar?
-Bueno… no me importa que te pases, pero no creo que pueda desayunar, tengo que ir a clase, no puedo perder ni llegar tarde el segundo día de clase.
-Claro, ¿entonces a comer?
-Vale –no pude evitar reírme, había empezado a ponerse nervioso con mi primer rechazo, o eso me apreció-, hasta mañana.
-Adiós…
No podía dejar que pasase otra vez, por lo que sonreí, me di la vuelta, subí las pequeñas escaleras, y me dirigí hacia la recepción, a la que se llegaba por el pasillo de mi habitación, obligándome a pasar por enfrente de la habitación de los ruiditos.
Iba imaginándome lo que podía haber pasado si ese hombre extraño no hubiese aparecido y no conseguía quitar la sonrisa tonta de mi cara, cuando, antes incluso de darme cuenta de que había llegado a mi habitación, salió de la de al lado, la de los ruidos raros, la mujer que me había atendido en recepción, con el pelo revuelto, la blusa medio abrochada y la falda retorcida. Me miró, pero no se inmutó, ni intentó arreglarse un poco, ni nada, solo se dio la vuelta y se alejó en dirección a la recepción. 
Todo lo que pasó a continuación fue muy monótono, pasé por recepción, subí al coche, arranqué, puse la radio, sonaba “If you wanna be my lover”, empecé a tararear la canción, y a dar golpecitos en el volante al ritmo de la música.

Capítulo 2


Llegué antes de lo que pensaba, era una casa grande, vale debo ser justa, muy grande. Y blanca, bueno lo que quedaba de pintura era blanca, iba a necesitar una buena capa de pintura, pero por el precio que costaba no podía pedir más. Aparqué el coche enfrente de la puerta principal que tenía un porche con una vieja mecedora. La barandilla de madera estaba en buen estado, solo le faltaba pintura, como al resto de la casa. Los escalones crujieron un poco bajo mi peso, pero salté una vez y no se rompieron, por lo que aguantarían un par de años más. Antes de entran a la casa bajé el porche de nuevo hacia el coche, pero no me dirigía a él. Di la vuelta lentamente a toda la casa queriendo encontrar defectos que tuviese que arreglar en un futuro. Fui en sentido de las agujas del reloj. El lado izquierdo de la casa no tenía nada que no hubiese esperado, era una pared blanca, con la pintura desconchada, llena de ventanas. En la parte baja había dos grandes ventanales, enormes mejor dicho. Me recordaron a esas casa antiquísimas que se ven en los bailes de películas antiguas que tienen grandes ventanas, pero también a esas casas de películas de miedo que tienen grandes ventanas por las que la chica se asoma para ver a su asesino a través de ellas. Dejé de pensar en eso, las ventanas me gustaban, con eso sobraba. Levanté la vista para ver las ventanas superiores. No eran nada especial, ventanas de un tamaño normal, abiertas, adornadas con unas cortinas finas, y bonitas. Y seguí avanzando, rodeando a la casa, llegando a la parte trasera. Me encantó. Nada más verla supe que iba a pasa mucho tiempo en esa parte de mi nueva casa. El porche de este lado era mucho más grande que el de la parte delantera. El tejado del porche hacia a la vez de techo y de suelo del balcón al que daban dos grandes ventanas, tan grandes como las del lado izquierdo, pero de un estilo más rústico, una de ellas estaba abierta, y una cortina blanca entraba y salía por ella. La barandilla del balcón estaba totalmente cubierta por una enredadera de flores blancas y lilas, preciosas. No quería seguir viendo el último lado de la casa porque pensaba que me iba a desilusionar, pero no lo hizo. Toda, y cuando digo toda quiero decir toda entera, estaba completamente tapada por una enredadera que impedía ver, ni un solo trozo, la pared por la que subía. Había otro balcón, cuya ventana era lo único que se libraba de las flores, de todos los colores y formas, que adornaban la enredadera. Cerré la boca que se me había ido abriendo poco a poco conforme mis ojos habían ido ascendiendo por la pared, y corrí hacia el coche tropezando con mis propios pies en el intento que acelerar todavía más. 
Miré rápidamente el reloj, faltaban treinta minutos para empezar las clases. Que rápido corre el tiempo a veces. Cogí lo más deprisa que pude todo lo que llevaba en el coche, abrí la puerta y entre en la casa de espaldas, dejé las cosas al entrar y corrí por segunda vez en apenas dos minutos hasta mi coche, y salí derrapando, algo que había hecho nunca, por el camino de tierra en dirección a la carretera para enfrentarme al reto más duro del día, el instituto.
Me gustaba mi nuevo yo, más atrevida, más seguro de mi misma. Sinceramente yo no me creía muy guapa, ni siquiera guapa, pero al parecer otra gente si lo pensaba, o eso entendía yo por su forma de mirarme, o simplemente porque me lo decían a la cara. Así que, si ellos me veían guapa, por qué no iba yo a sentir así. O por lo menos aparentarlo.
Encontré el instituto después de dar muchas vueltas, y era como cualquier otro instituto del mundo. Aparqué el coche en la primera plaza libre que vi. Prefería ir andando a estar dando vueltas con el coche, por no decir que sería más dificil pedir indicaciones en caso de necesitarlas. Y sí, lo necesitaba. ¿Quién no odia ser nuevo en un lugar donde todo el mundo se conoce desde siempre y tú eres el mayor cotilleo que ha habido en todo el pueblo desde hace siglos? Bueno pues yo lo odio, y ahora lo estaba viviendo en primera persona. En mi antiguo instituto todo el mundo se esforzaba por llevar la ropa a la última y en ir super maquilladas al instituto. Sin embargo al dar un vistazo general pude ver que toda la ropa que tenía y había traido llamaría demasiado la atención aquí. No es que vistiese de forma llamativa, pero toda mi ropa era de marca, y aquí la gente no conocía eso, o por lo menos para asistir a clase. Y eso me gustó más de lo que pensaba. Me colgué el bolso, colgué la chaqueta en él, y andé, vacilante, hacia la puerta principal a la que se dirigían los demás alumnos y profesores. Y, como no, el interior era exactamente como esperaba, quizá un poco más a cogedor, pero como esperaba. Justo enfrente de mi estaba "SECRETARIA", o eso ponía en el cartel que estaba justo encima del mostrador. A ambos lados de la secretaria habían unas escaleras impresionantes que me recordaron a los catillos de princesas de mi pelicula infantiles. Miré mejor a mi alrededor y comprobé que estaba en una estancia enorme, y que el mostrador de secretaria estaba más lejos de lo que me había parecido en un principio. Y el techo era bastante alto, mucho más que en un instituto normal. Empecé a girar a mi alrededor para descubrir más secretos de ese extraño lugar. De pronto la vista se me nubló y pensé que iba a caer, pero seguí dando vueltas lentamente, hasta que recuperé la vista. Pero no seguía en la entrada del instituto, o por lo menos no lo parecía. Estaba en un gran salón de baile, con un montón de gente bailando y girando por todos lados. Una suave musica sonando por todos lados, y al girarme en dirección a lo que había sido secretaria, encontre un pequeño escenario donde una banda de musica tocaba  armoniosamente una canción que me resultó bastante familiar aunque no sabía por qué. Seguí girando, ya no era yo quien lo hacía, simplemente no podía parar. Entonces vi que todos llevaban mascaras, estaba en un baile de mascaras. Solo un joven no llevaba, y ese mismo joven centró su mirada en mí, al ver que estaba mirandolo clavó sus ojos en los mios, sonrió, y se acercó a mi apartando delicadamente a la gente que giraba para poder pasar. Se inclinó un poco al llegar a mí, y me tendió la mano. Paré automáticamente y cogí su mano, pero al hacerlo desapareció, bueno mas bien mi vista se volvió a nublar y todo desapareció. Cuando dejé de parpadear y abrí los ojos del todo, vi que estaba en el instituto, otra vez. Que secretaria seguía siendo secretaria, y que toda la gente había desaparecido, o había sido sustituida por un montón de alumnos corriendo o andando hacia sus clases, sin a penas fijarse en mí. De repente miré mi mano, que notaba calida y con la presión de otra sobre ella, como si todavía alguien la estuviese tocando. Así era, el mismo chico de mi... "visión" estaba delante de mia en ese mismo momento. Pero ya no sonreía como antes. Cuando nuestras miradas se encontraron por segunda vez ese día, aunque la primera no sabía si podía contarse o no, olví a ver la misma chispa que había visto la vez anterior, y su boca se curvó en una bonita sonrisa de nuevo. No sabía como debería sentirme después de lo que me acababa de pasarme, pero extrañamente me sentí bastante bien al notar la firmeza con la que su mano agarraba la mía, como si pensase que podía caerme el cualquier momento.
-Hola, ¿estas bien? -era él quien hablaba, pero yo había olvidado cómo se hacía.
-Pues... sí, creo que sí -bueno al parecer no lo había olvidado del todo.
-Me alegro -dijo con una sonrisa que dejaba ver su dientes, como no, perfecto-, soy Tom ¿tú eres...?
-Mery.
-Claro, Mery, la chica nueva, tenía que haberlo supuesto -seguí sonriendo, por lo que me relajé un poco, entonces soltó mi mano-, mm... supongo que todavía no conoces el instituto, ¿por qué no te acercas a secretaria y preguntas allí? Mejor, te acompaño y le digo si puedo enseñartelo yo, y me libran de algunas clases, porque supongo que no conozcas a nadie aquí por ahora, ¿verdad?
-Vale, gracias -estuve a punto de decirle que eso era lo que pensaba hacer antes de que una extraña visión de, posiblemente, el antiguo uso del edificio del instituto me asaltará de forma inesperada, que incluso él había estado allí, vestido de época, aunque no sabía que época era exactamente, pero me mordí la lengua y reprimí las ganas de gritarselo a la cara, pricipalmente porque acaba de conocerlo y no quería que me tomase por loca, intentaría, de alguna manera, abordar el tema en otro momento, quizá durante la excursión por el instituto, sin que pudiera sonar paranoica, o chalada.
Sentía un suave cosquilleo en la mano que me había cogido, pero lo dejé pasar, agarré el bolso con la chaqueta firmemente sobre el hombro, que amenazaba con caerse, y lo seguí de cerca hasta el mostrador de secretaria. Tras él habían varias mesas de oficina cuidadosamente repartidas por el pequeño espacio de forma que se pudiese andar con total libertad en su interior.En la mesa que estaba más cerca del mostrador había una mujercita con gafas, atadas con un cordón para poder dejarlas caer sobre su pecho sin que se estrellasen contra el suelo, tenía el pelo naranja, y la piel blanca con la cara llena de pecas. No nos hacía ningún caso, así que mi nuevo amigo Tom carraspeó bruscamente.
-Oh, Dios mio... disculpenme jóvenes, esto de los datos informatizados me lleva loca, se suponía que iba a llegar una chica nueva hoy, pero no lo tengo claro, debería de llegar justo ahora y todavía la estamos esperando...
-Pues deje de esperar señora Martin, aquí se la traigo yo -dijo señalandome con una sonrisa de satisfacción en la cara, como si yo fuese un tesoro y el me hubiese encontrado.
-Oh, gracias a Dios... -era la mujer que más veces nombraba a Dios que había conocido nunca, ¿podría empezar a decir una frase sin llamarlo?- muy bien Tom, gracias a ti también.

-Me preguntaba... si ya tenían a alguien asignado para que enseñase a Mery las instalaciones del instituto.
-Por supuesto, nosotros somos cien por cien previsores, en todos los sentidos... -se había levantado de la silla y rebuscaba algo entre el alboroto de papeles que había sobre su mesa- ... aquí está -se ajustó la gafas en el puente de la nariz para poder leer lo que ponía en el pequño papel que sostenía alejado de su cara con una mano-, claro, como no llegabas he mandado a la chica a clase, y supòngo que al profesor le molestará un poco que pare la clase ahora...
-No hay problema, si usted me hace un justificante yo gustosamente le enseñaré la escuela a mi nueva amiga, ¿a ti no te importa, verdad? 
-No... por supuesto que no.
-Muchas gracias de nuevo Tom, no se que haríamos sin tí...
-Prepare el justificante para cuando volvamos, ¿le parece bien señora Matin?
-Claro, claro, id con Dios...
Y con esa última frase de la mujer, que en otra vida tuvo que ser monja o algo así, Tom me cogió suavemente del brazo y me llevó a la calle, por la misma puerta por la que había entrado, y antes de si quiera poder parpadear ya estaba de nuevo en el aparcamiento. Cuando estuvimos algo alejados del instituto se detuve, me soltó el brazo, y se giró hacia la fachada del instituto.